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jueves, 3 de marzo de 2011

SOBRE EL ARTE DE LEER

Francisco Ardiles
Arte de Leer Nº 2: Libros de Venezuela (p.36-37)
Enero-Febrero 2011

Cuando una persona sabe leer en sentido estricto, es capaz de descifrar los mensajes que se construyen con los dibujos del alfabeto. Esos que en las lenguas romances se articulan con las veintisiete letras  que todos conocemos. Esos elementos con que los lectores y hablantes de nuestra lengua cuentan para componer y extender sobre el firmamento del habla o el vacío de la página de la página en blanco, todas las combinaciones discursivas imaginables, todas las emociones soportables y todas las obsesiones que se pueden bocetar, a partir de las variantes del un código. La lectura esta ligada a un proceso cognitivo y emocional bastante complejo que se distingue por la interpretación. Un proceso que activa el mecanismo del entendimiento que se pone a funcionar cuando un sujeto comienza a interpretar y comprender aquello que se le presenta en un principio como una serie de garabatos, y luego como el conjunto de piezas deslindadas de un rompecabezas gráfico que se arma y cobra sentido por la intervención del lector.
         Cuando las letras se juntan y adquieren ese sentido que se concentra en el sentimiento y la forma que llevan a cuestas las palabras, so sólo son esas entidades visibles de los sonidos de una lengua que adquieren la forma de una idea, una emoción o un sentimiento determinado, sino también los botones del pensamiento humano, las afiladas garras con las que se abren los surcos de las líneas que conforman las pruebas de la primicia del discurso coherente de la racionalidad humana. Por tal razón, podemos considerar la lectura como el proceso fundamental del entendimiento, el acto develatorio por excelencia, el movimiento intelectual que ejecutamos todos como un simple gesto. El gesto indispensable que realiza un individuo, para revivir el libro, para descifrar, decodificar el mensaje, la información, el discurso articulado cifrado y codificado en el texto literario; impreso, diseñado, dibujado por la imaginación de un hombre.
         Un proceso que sirve de alimento a los oprimidos y de apoyo a los que han estado limitados en sus condiciones de vida. De esta manera un libro es un objeto que está hecho de potentes narcóticos contra el aburrimiento. Es la promesa latente de una lectura. Un oxigenante portátil para todos los que están en este momento oprimido en el tráfico de las ciudades, o en loa vagones del metro. La baliza que salva a los que mueren de amor y no tienen palabras para decirlo, el recurso de salvamento de los deprimidos y los solitarios. La justificación de los distraídos. Un pasatiempo del que casi siempre surgen cosas buenas, por lo menos las buenas lecturas. Y una buena lectura es un aliciente para todo aquel que está interesado en un pasatiempo económico.
         El más sublime de los pasatiempos, de los pocos que no necesita de la luz eléctrica por la mañana, ni de computadoras por la noche. Es a fin de cuentas una buena oportunidad para revivir en todo su esplendor y su belleza el sabor del conocimiento acumulado por esta paradójica y maravillosa especie humana que vio nacer a Platón, Plotino, los hermanos Grimm, Juan Bosch, Orlando Araujo, Aquiles Nazoa, el Chino Valera Mora, Carlos Monsiváis, Marx, Pushkin y Dostoyesvski.

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